“Síganme y los haré pescadores de hombres” Mt 4, 19

Comunidad de Amor

Es maravilloso constatar cómo Jesús comprendió a cada uno de los Apóstoles y los atendió conforme a su propia identidad y circunstancias. Perdonó, consoló y ayudó a cada uno. Lo primero que hizo y por lo que más se preocupó fue por entrar en el corazón de cada uno y hacerse amigo de todos.

Las personas perciben el amor de Jesús y se sienten llamados a amarlo. Seguramente esto fue lo que les pasó a los dos discípulos que fueron, vieron y se quedaron con El para toda su vida y ayudaron a que Simón Pedro fuera también a disfrutar de esa experiencia de amistad que ofrecía Jesús. Esa escuela que fundamenta todo en el amor es la que ofrece la verdad que hace libres

Ante todo, Jesús amó a los Apóstoles y los llamó a dos cosas: a estar con El y a realizar una misión en favor de los demás. Lo que Jesús enseña y lo que el misionero aprende, se puede resumir en estos puntos que son progresivos en la vida:

Vivir con El. Lo cual implica unirse a El cada día más, vivir una amistad más profunda todos los días con El y como El.

Vivir como El. Implica aprender de Jesús todo y asumir su estilo de vida.

Unirnos en El. Porque el seguimiento de Jesús se hace en la Iglesia y la fe se vive compartiéndola y proyectándola; los Apóstoles y los jóvenes misioneros están llamados a unirse en Jesús, con su amor, para ser uno y así lograr que el mundo crea.

Ir con El, en su nombre y con su poder. Se trata de ir como enviados por El. Las personas son sus colaboradores y ayudantes. Ser misionero implica dar los pasos que el Señor quiera, en la dirección que quiera, con las personas que El quiera, hasta donde El quiera, para lo que El quiera.

Dar la vida con El y como El. De eso se trata. El misionero no busca ser servido sino servir, como Jesús; por ello, cada día con mayor valentía apostó1ica, dan la vida sirviendo a los demás en el cumplimiento de su misión. El ideal y la meta es la de ayudar a Jesús para que su Reino crezca en cada uno y en el mundo.